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domingo, 6 de mayo de 2012




Estados de la Materia


Ella era hielo, él fuego intenso. Ella quiso reir y se quebró, la dureza del cubito de' hielo en que estaba convertida no aguantó la flexibilidad que la euforia propone. Él derritó los pedacitos en la que ella estaba hecha luego de quebrarse. Luego, ella se volvió una laguna de agua helada. Él volvió cálidas sus moléculas en estado de liquidez, ella se evaporó. Él, que era fuego, se apagó.

Tanto el calor como el frío hicieron efecto en cada uno de ellos. Ellos lograron mutar, cambiar. Ella, hielo; él, fuego, han aprendido la incidencia que tiene sobre el otro.


Autoría: La Sombra de la Luna 

Imagen extraída de Google.com 

Ayer 



El florecimiento de la semilla engendrada en aquel negro lago materno
La luz era nueva para las pupilas
la piel blancuzca tocaba el aire contaminado de palabras, de promesas.                                                                             

Y llegaba, aplaudían mi intacta existencia

Me instalaba, me obligaban a acomodarme en aquel lugar que no pedí habitar.


                                                                                                           Imagen tomada de Google.com 

Autoría: La sobra de la Luna

























                                                    Sobre Ruedas



                                   











                                                                             I



La clase de álgebra estuvo aburrida, y con sueño  siente aún más el aburrimiento. Tiene que regresar rápido a casa; leer fotocopias, una exposición, y dos diseños por hacer. Mario sale del campus camino hacia la avenida 19, cerca a la carrera séptima, para coger la ruta. Rumbo a la avenida recuerda las felicitaciones de su cumpleaños; la semana pasada, sus compañeros  le desearon unos buenos 24 años. Mario piensa que las felicitaciones son un acto de hipocresía, y que son actos de diplomacia en la mayoría de los casos. Lo invade un aire de nostalgia, esos 24 años han debido estar acompañados por un cuerpo esbelto, un metro sesenta estaría bien, unos labios rojos, cabello de ébano, una mente brillante, y los libros debajo del brazo. Mientras recuerda, observa a una mujer recostada en una pared  agrietada de pintura azul, la rodea un aura de moho y humedad. Su vestido es muy destapado, los zapatos con plataforma y tacón no tienen brillo, el bolso es viejo, su rostro se esconde tras el maquillaje y el exceso de rímel. – Sucia mujerzuela- dice – No tienen más capacidades que hacer lucir sus piernas y la espalda.

Mario recuerda a su tía flor. Ella era una mujer muy hermosa, sosteniendo a cuatro hijos con el oficio más antiguo del mundo. Ella se iba todas las noches (excepto los lunes) a recorrer las calles en busca de un cliente y quince minutos de teatro para recibir dinero. Cuando ella lo abrazaba en las visitas a la casa, él se llenaba de asco al pensar en todos los hombres con los que había estado esa mujer. Tal vez es su pensamiento rígido lo que no permite comprender  la razón de la lujuria de la calle, una burda lujuria. Así como repudia las prostitutas,  indigentes, y demás actores de la miseria, atribuyéndoles el rol de cáncer social, también se asquea de los agüeros.  La mirada hacia aquella mujer no tarda más de tres segundos, segundos suficientes para saber que definitivamente sí detesta  a las prostitutas.

Con la mirada prevenida, gira la cabeza hacia la derecha y luego hacia la izquierda, para cerciorase que todo esté en orden, y que no haya ninguna alimaña de esas que esculcan maletas en la calle. Mete las manos en los bolsillos de su blue jean, alza su mirada esperando el autobús correcto, pero algo lo turba de forma inmediata, le entra una sensación de angustia al escuchar la voz de Magnolia en su cabeza, esa maestra que les hace entender a todos los estudiantes de Ingeniería Industrial el significado  de la palabra  paranoia. “-Ibáñez, no olvide leer los cuatro primeros capítulos del libro que le he recomendado para la  sustentación de el remedo de trabajo que me presentó”. ¡Cómo pudo olvidar semejante herida al ego! –No bastan las bebidas energizantes, ni The Doors de fondo para poder entregarle el escrito al remplazo de Einstein- comenta para sí mismo. Otra tarea se ha incluido en la lista del trasnocho para él.

De todas maneras sigue esperando el autobús a las cinco menos treinta minutos de la tarde. La gente se apila en las aceras, Mario se exaspera por arribar a su casa. El bus sigue en demora. Visualiza los colores que distinguen autobús, y lo sigue con los ojos ¡Es ese! Estira su brazo y bate la mano. Divisa una silla en el fondo del vehículo, ya la ha marcado. Esculca en su bolsillo derecho  de la parte trasera de su pantalón para topar las monedas que completan el pasaje, pero es el bolsillo equivocado. Intenta buscar en los otros bolsillos, sin obtener resultado.  La solución inmediata es bajarse del autobús para buscar bien en su maletín y en sus faltriqueras.

-          Qué pésimo día, afirmó con voz de resignación.




II



Entretanto Mario tenía su cabeza metida en su maletín, buscando las moneditas de doscientos para pagar. En el fondo encuentra una, dos, tres, las monedas necesarias para completar los que le hacía falta para el pasaje del transporte. De nuevo busca espacio en el salvacoches para esperar el autobús; debía estar pendiente de los colores exactos, rojo, verde y blanco del bus. A lo lejos ya lo había detectado, y prefirió cerciorarse de tener el dinero completo listo en la mano, y poner su maleta hacia adelante. Otra vez estiró su brazo y lo alzó, seguía al bus con la mirada como tratando de captar la atención del chofer. Abriéndose espacio entre el mar de autos que atascaban la avenida, el bus se acercó lo más posible hasta donde estaba  Mario;  Una vez puesto un pie en el primer escalón y a punto de cruzar la registradora volvía a contar las monedas. La cruzó. Esta vez no corría suerte de encontrar un asiento donde tejer más cómodamente sus pensamientos, pero no importaba, lo único que deseaba es llegar antes de las cinco y media a la casa, lo cual no podrá ser posible, ya restaban diez minutos para las cinco, debía de haber previsto con el pesado tráfico capitalino.

El autobús se va llenando, haciendo que los pasajeros que viajan de pie se apilen más y más. En el paradero recoge dos personajes curiosos, a los que Mario interiormente les concede un nombre y describe su día a día. Según él, basta con fijarse muy bien el las facciones de la persona para determinar su nombre y designarles  un oficio. Gira su cabeza a la derecha para ver la causa de una pelea entre tres bolsas y una mujer. Su nombre es  Rosa, algo torpe logra pasar la registradora. Sus manos se enredan, no sabe cómo coger las  bolsas sin soltar el billete para pagar el pasaje. Se acomoda en el estrecho pasillo del bus y pone sus bolsas en el suelo.

Mario comienza a hacer un escaneo de la vida de Rosa. Aunque algo lerda, es bastante luchadora, sus tres hijos no pueden quedar a la deriva. Tiene perfil de ser madre soltera, no hace mucho la dejó el que fue su esposo-su  ebrio esposo-. Mientras la mira con disimulo, Mario puede percatarse de la sociabilidad de aquella mujer. Habla al parecer de lo duro que está la situación – una de esas charlas infaltables entre el cotorreo natural de una buseta- y sus ademanes expresan  indignación en cantidades, otra queja más para el buzón de sugerencias.

Frena el bus toscamente. Mario voltea a ver el sujeto que logra hacer esas maniobras bruscas, claro, al chofer.  Hernulfo, sobrepasa los cincuenta años, su barriga compite con la mujer que ha recogido, y por la cual ha frenado de tal manera. Mario supone Hernulfo lleva trabajando con CooTransporte Ltda desde hace quince años, viste la camisa que trae el logo de la empresa, y además en su cabeza se monta una cachucha que combina con su camisa, de color verde.

La mujer que se ha subido ahora, es Milena. Se le ve cansada, ha de ser por su enorme vientre con siete u ocho meses de preñez, y con el que logra pasar la registradora  con brete. Milena intenta cazar  una mirada de algún pasajero que esté sentado para así obtener asiento,  pero no lo consigue. Ella es una mujer joven - Debe estar recién casada,  piensa Mario, se le calcula entre  veintiocho y treinta años. Mario se ha dado cuenta de la situación, y  de sus ojos hace un radar para localizar un personaje que pudo haberle dado la silla a Milena. Sí, realmente ese personaje se camuflaba  tras un ameno palique por su teléfono celular.          – No, esa propuesta de comunicación no me agrada. -Okay, sí, cámbiala, decía él en un tono casi altanero. Por sus facciones, cavila Mario, se da a llamar Antonio. Antonio es un publicista a medias, todavía está acabando de pagar la universidad, trabaja en una agencia de diseño, y trae un traje de Arturo Calle que no ha terminado de pagar. Se ha hecho el tonto para no cederle la silla a Milena, mirando hacia la ventana y sosteniendo su insulsa charla, incluso sabiendo que la mirada de la embarazada lo estaba buscando.

Mario se ha penetrado en un submundo. Hace del trayecto un espacio para sentir la cotidianidad y racionalizarla. Él se imbuye y se compenetra, observa los rostros que viajan con él. Siente, huele, analiza, reflexiona. Cuántos rostros ignoramos, cuántos espacios volvemos a ocupar, espacios que ya han estado ocupados por otras presencias.  

Al fondo se oye una voz, la voz de Hernulfo: -Siga que atrás hay puesto mona,  refiriéndose a Milena. La mujer se traslada dos pasos hacia el fondo del  bus tratando de obedecer al chofer.

No es raro que se suba otra persona. Hernulfo la  recoge, y que ha tenido que frenar de forma ruda. Esta vez no era fácil  detectar el nombre de la nueva pasajera, ni tampoco  la cotidianidad de su vida. A Mario le cuesta leer a la chica, pero de algo si está seguro; es una mujer interesante, existe un ambiente en ella que se le hace placentero y a la vez repugnante. La observa y la observa. Ella presiente que la observan, y gira su cabeza clavando su mirada en Mario. Mario   le quita los ojos de encima y finge no haberla estado mirando.

III

Ella se logra acomodar entre el resto de los pasajeros apretujados, se sujeta del pedazo de varilla que le queda cerca a la mano, con el otro brazo sostiene dos libros que de seguro sacó de la biblioteca, y abre las piernas para sostenerse mejor. Mario ronda en su cabeza cuál es la razón que le impide  examinar con precisión a aquella chica. No logra dar con el motivo.
Es imposible que Ibáñez no quite su mirada de la mujer misterio. Entonces, ella no tiene reparo en  decirle: - ¿Qué pasa, nos conocemos? Mario se bloquea en su respuesta, y tan sólo se le ocurre decirle: - No, tal vez no. –Entonces qué viste en mí para que me estés mirando tanto, le replica la muchacha.  Ella tiene cabello negro, largo, trae anteojos, un pantalón sencillo y un jersey gris. No están lejos, Mario está delante de la chica,  de tal manera que les queda fácil mantener su conversación. Él no quiere causar la sensación de incomodidad en ella y decide presentarse. Ella no pone problema en decir que su nombre es Débora. Por fin Mario ya sabe el nombre, eso el da alivio.

Hay un tiempo de silencio entre ellos. Mario sabe que debe preguntarle algo antes de que ella se enfríe. Le pregunta que si los libros son de ella o que si los ha sacado de la biblioteca. Débora lo mira por un segundo, como si pensara en responderle o no. – Si, los he sacado de allí. En el anterior libro que leí se mencionaba al Nicolás Restif y… lo busqué para leerlo.  La literatura no es lo que ha cautivado a Mario, el punto estaba en la personalidad de Débora que seguía siendo misteriosa.

-Y usted estudia, supongo.

-No, leo por mi cuenta pero no estoy estudiando.

Se gestaba una atmosfera de confianza entre los dos. Y un tema se encadenaba con otro; que el tráfico, que el costo de las universidades privadas, que las vivencias familiares. Y aunque Mario sostenía su mirada fija en la de ella notó cómo uno de los pasajeros le  pasaba  su vista de arriba abajo a Débora. La mirada de aquel sujeto era para dar asco, una mirada de deseo.  Mario rápidamente hacía lo que le correspondía hacer: interpretar y darle nombre a ese viejo barbudo, gordo, con chaqueta de cuero, de tez morena y ojos saltones.  Rodolfo  es un constructor, tiene sesenta y tres años, y es un viejo verde, piropea a cuanta muchachita vea pasar por su lado,  toma cerveza cada vez que sale de su trabajo, una construcción de un edificio en un barrio del occidente de la capital. Mario decide carraspear para hacer que Rodolfo quite la mirada de Débora. Rodolfo mira a Mario, y le sonríe vulgarmente  y luego quita la mirada de la chica del jersey gris.

No hay que negar que Débora es voluptuosa, tiene un rostro de porcelana, una nariz fina, unos labios provocativos y unos pómulos colorados.

Las seis menos veinte minutos. El tráfico no avanza mucho. Mario debe organizar sus tareas: Primero leer las copias de seis y media a ocho de la noche. En segundo lugar armar el discurso para la sustentación que ha pedido Magnolia, de ocho de la noche a nueve. Y por último hacer los dos diseños, la hora de terminar no se sabe, será hasta que todo quede bien terminado.

Una vez Mario tiene su agenda hecha para ésta noche Débora le habla de fondo sobre   porqué detesta a las personas de pensar cuadriculado, a los proxenetas y a los que juzgan y se creen verdugos de la sociedad. Mario mira a Débora  con sorpresa y con el ceño fruncido le pregunta que a qué viene esa exclamación, a lo que ella le responde que ha podido evidenciar la poca mente que tiene la gente muy de cerca. Hay tensión entre la amistad de viaje que se ha creado.
Hernulfo grita diciendo: - ¡El de las vueltas del billete e’ veinte!
Débora está próxima abajarse de la ruta. De su bolsillo del pantalón saca una tarjeta color rosa. Extiende su mano y se la da a Mario: Dévora Luxe: Show privado. Carrera 10 entre calles 22 y 23. Cuando quiera buscarme me encuentra allí. Débora tocó el botón del timbre, se bajó y cruzó la calle. Rodolfo bajó tras ella.
¿Una prostituta intelectual? Mario estaba anonadado.   El puesto que había dejado vació Rodolfo Mario lo ocupó. 

miércoles, 8 de febrero de 2012

Dime


Imagen tomada de Google

Dame una razón para amarte
A caso has roto mis esquemas?
A caso rompes mi espalda?
A caso me has prometido la vida entera?
A caso has abierto mi mente?
A caso me has vuelto más idealista?
A caso me sacias la sed de subordinación entre las sábanas?

Por qué debería amarte si has sido egoísta
A acaso me has dado tu vida?
A caso me has dicho puta?
A caso soportas mi mente?
A caso te gusta mi aroma a tabaco?
A caso te disfrutas mi lengua?
A caso juegas con mi aliento?
A caso conoces mis pasos
A caso tienes mi vida?

jueves, 26 de enero de 2012

Remedos de una poeta

Imagen extraída de Google

Me han diagnosticado mi correcta enfermedad, al parecer es irreversible, de seguro lo es por mis condiciones - algún demonio debía gestarse del seno de un ortodoxo y una fanática religiosa. Me lo ha confirmado, yo lo he descubierto y apoyado. Lo supe mientras sorbíamos tragos de cerveza en un cafetín iluminado, lugar poco convencional si a la hora de un café se trata, cosas se empuje lujurioso ya adoptado. Supongo que mi mirada extraviada en el baldosín lacado del lugar- una de esas miradas taciturnas , donde abrir los ojos anuncia la parálisis del parpadeo- ha sido el gesto que le anunció mi enfermedad:
- mírate! , me dijo, - tomas tragos presurosamente como si no quedara suficiente vida y tuvieras sudoroso afán
-Si? parece?, tal vez sea debido a la falta de encontrar las palabras exactas., le respondí luego de soltar una bocanada de humo.Sabía que mi olor a cigarrillo le excitaba, olor que promovió la lástima en mi, quería curar mis aflicciones.
-Lo que tu tienes es la enfermedad del poeta: cáncer que carcome , te atañe la idea de la incertidumbre más aún el regocijo se posa en tu sueño. Eres tan humana que terminas por cumplir tu movimiento de paradoja y sentir asco por los que te rosan, e incluso por los que son vulnerables, y luego eres tan deshumanizada que te asustas cuando sientes, cuando palpas, cuando besas. Tus palabras son ignoradas, burdas, bastas,, incipientes, y el intento se cruza entre la hoja y bolígrafo.

Después de recibir la bofetada, la bofetada que suele darme cada vez que nota la misma mirada, y que él describiera mi semblante - pálido, lelo y con maquillaje barato- somos dominantes antes nuestro demonio, demonio dividido en 24 con sus 1440 ayudantes, lo frenamos y nos levantamos.

sábado, 14 de enero de 2012