Los Puntos Sobre las Erres
A falta de ponerle puntos, comas, dos puntos, puntos y comas a mi cotidianidad tomo como alternativa poner puntos sobre las erres para leer de manera clara la existencia, mi existencia. Vida para satisfacer su apetito @RojaDaltonica
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viernes, 14 de septiembre de 2012
domingo, 6 de mayo de 2012
Estados de la Materia
Ella era hielo, él fuego intenso. Ella quiso reir y se quebró, la dureza del cubito de' hielo en que estaba convertida no aguantó la flexibilidad que la euforia propone. Él derritó los pedacitos en la que ella estaba hecha luego de quebrarse. Luego, ella se volvió una laguna de agua helada. Él volvió cálidas sus moléculas en estado de liquidez, ella se evaporó. Él, que era fuego, se apagó.
Tanto el calor como el frío hicieron efecto en cada uno de ellos. Ellos lograron mutar, cambiar. Ella, hielo; él, fuego, han aprendido la incidencia que tiene sobre el otro.
Autoría: La Sombra de la Luna
Imagen extraída de Google.com
Ayer
El florecimiento de la semilla engendrada en aquel negro lago materno
La luz era nueva para las pupilas
la piel blancuzca tocaba el aire contaminado de palabras, de promesas.
Y llegaba, aplaudían mi intacta existencia
Me instalaba, me obligaban a acomodarme en aquel lugar que no pedí habitar.
Imagen tomada de Google.com
Autoría: La sobra de la Luna
Sobre Ruedas
I
La clase de álgebra estuvo
aburrida, y con sueño siente aún más el
aburrimiento. Tiene que regresar rápido a casa; leer fotocopias, una
exposición, y dos diseños por hacer. Mario sale del campus camino hacia la
avenida 19, cerca a la carrera séptima, para coger la ruta. Rumbo a la avenida
recuerda las felicitaciones de su cumpleaños; la semana pasada, sus
compañeros le desearon unos buenos 24
años. Mario piensa que las felicitaciones son un acto de hipocresía, y que son
actos de diplomacia en la mayoría de los casos. Lo invade un aire de nostalgia,
esos 24 años han debido estar acompañados por un cuerpo esbelto, un metro
sesenta estaría bien, unos labios rojos, cabello de ébano, una mente brillante,
y los libros debajo del brazo. Mientras recuerda, observa a una mujer recostada
en una pared agrietada de pintura azul,
la rodea un aura de moho y humedad. Su vestido es muy destapado, los zapatos
con plataforma y tacón no tienen brillo, el bolso es viejo, su rostro se
esconde tras el maquillaje y el exceso de rímel. – Sucia mujerzuela- dice – No
tienen más capacidades que hacer lucir sus piernas y la espalda.
Mario recuerda a su tía
flor. Ella era una mujer muy hermosa, sosteniendo a cuatro hijos con el oficio
más antiguo del mundo. Ella se iba todas las noches (excepto los lunes) a
recorrer las calles en busca de un cliente y quince minutos de teatro para recibir
dinero. Cuando ella lo abrazaba en las visitas a la casa, él se llenaba de asco
al pensar en todos los hombres con los que había estado esa mujer. Tal vez es
su pensamiento rígido lo que no permite comprender la razón de la lujuria de la calle, una burda
lujuria. Así como repudia las prostitutas,
indigentes, y demás actores de la miseria, atribuyéndoles el rol de
cáncer social, también se asquea de los agüeros. La mirada hacia aquella mujer no tarda más de
tres segundos, segundos suficientes para saber que definitivamente sí
detesta a las prostitutas.
Con la mirada prevenida,
gira la cabeza hacia la derecha y luego hacia la izquierda, para cerciorase que
todo esté en orden, y que no haya ninguna alimaña de esas que esculcan maletas
en la calle. Mete las manos en los bolsillos de su blue jean, alza su mirada esperando el autobús correcto, pero algo
lo turba de forma inmediata, le entra una sensación de angustia al escuchar la
voz de Magnolia en su cabeza, esa maestra que les hace entender a todos los estudiantes
de Ingeniería Industrial el significado de
la palabra paranoia. “-Ibáñez, no olvide leer los cuatro primeros
capítulos del libro que le he recomendado para la sustentación de el remedo de trabajo que me
presentó”. ¡Cómo pudo olvidar semejante herida al ego! –No bastan las bebidas energizantes, ni The
Doors de fondo para poder entregarle el escrito al remplazo de Einstein- comenta
para sí mismo. Otra tarea se ha incluido en la lista del trasnocho para él.
De todas maneras sigue
esperando el autobús a las cinco menos treinta minutos de la tarde. La gente se
apila en las aceras, Mario se exaspera por arribar a su casa. El bus sigue en
demora. Visualiza los colores que distinguen autobús, y lo sigue con los ojos
¡Es ese! Estira su brazo y bate la mano. Divisa una silla en el fondo del
vehículo, ya la ha marcado. Esculca en su bolsillo derecho de la parte trasera de su pantalón para topar
las monedas que completan el pasaje, pero es el bolsillo equivocado. Intenta
buscar en los otros bolsillos, sin obtener resultado. La solución inmediata es bajarse del autobús
para buscar bien en su maletín y en sus faltriqueras.
-
Qué
pésimo día, afirmó con voz de resignación.
II
Entretanto Mario tenía su
cabeza metida en su maletín, buscando las moneditas de doscientos para pagar.
En el fondo encuentra una, dos, tres, las monedas necesarias para completar los
que le hacía falta para el pasaje del transporte. De nuevo busca espacio en el
salvacoches para esperar el autobús; debía estar pendiente de los colores
exactos, rojo, verde y blanco del bus. A lo lejos ya lo había detectado, y
prefirió cerciorarse de tener el dinero completo listo en la mano, y poner su
maleta hacia adelante. Otra vez estiró su brazo y lo alzó, seguía al bus con la
mirada como tratando de captar la atención del chofer. Abriéndose espacio entre
el mar de autos que atascaban la avenida, el bus se acercó lo más posible hasta
donde estaba Mario; Una vez puesto un pie en el primer escalón y
a punto de cruzar la registradora volvía a contar las monedas. La cruzó. Esta
vez no corría suerte de encontrar un asiento donde tejer más cómodamente sus
pensamientos, pero no importaba, lo único que deseaba es llegar antes de las cinco
y media a la casa, lo cual no podrá ser posible, ya restaban diez minutos para
las cinco, debía de haber previsto con el pesado tráfico capitalino.
El autobús se va llenando,
haciendo que los pasajeros que viajan de pie se apilen más y más. En el paradero
recoge dos personajes curiosos, a los que Mario interiormente les concede un
nombre y describe su día a día. Según él, basta con fijarse muy bien el las
facciones de la persona para determinar su nombre y designarles un oficio. Gira su cabeza a la derecha para
ver la causa de una pelea entre tres bolsas y una mujer. Su nombre es Rosa, algo torpe logra pasar la registradora. Sus
manos se enredan, no sabe cómo coger las
bolsas sin soltar el billete para pagar el pasaje. Se acomoda en el
estrecho pasillo del bus y pone sus bolsas en el suelo.
Mario comienza a hacer un
escaneo de la vida de Rosa. Aunque algo lerda, es bastante luchadora, sus tres
hijos no pueden quedar a la deriva. Tiene perfil de ser madre soltera, no hace
mucho la dejó el que fue su esposo-su
ebrio esposo-. Mientras la mira con disimulo, Mario puede percatarse de
la sociabilidad de aquella mujer. Habla al parecer de lo duro que está la
situación – una de esas charlas infaltables entre el cotorreo natural de una
buseta- y sus ademanes expresan
indignación en cantidades, otra queja más para el buzón de sugerencias.
Frena el bus toscamente.
Mario voltea a ver el sujeto que logra hacer esas maniobras bruscas, claro, al
chofer. Hernulfo, sobrepasa los
cincuenta años, su barriga compite con la mujer que ha recogido, y por la cual
ha frenado de tal manera. Mario supone Hernulfo lleva trabajando con
CooTransporte Ltda desde hace quince años, viste la camisa que trae el logo de
la empresa, y además en su cabeza se monta una cachucha que combina con su
camisa, de color verde.
La mujer que se ha subido
ahora, es Milena. Se le ve cansada, ha de ser por su enorme vientre con siete u
ocho meses de preñez, y con el que logra pasar la registradora con brete. Milena intenta cazar una mirada de algún pasajero que esté sentado
para así obtener asiento, pero no lo
consigue. Ella es una mujer joven - Debe
estar recién casada, piensa Mario,
se le calcula entre veintiocho y treinta
años. Mario se ha dado cuenta de la situación, y de sus ojos hace un radar para localizar un
personaje que pudo haberle dado la silla a Milena. Sí, realmente ese personaje
se camuflaba tras un ameno palique por
su teléfono celular. – No,
esa propuesta de comunicación no me agrada. -Okay, sí, cámbiala, decía él
en un tono casi altanero. Por sus facciones, cavila Mario, se da a llamar Antonio.
Antonio es un publicista a medias, todavía está acabando de pagar la
universidad, trabaja en una agencia de diseño, y trae un traje de Arturo Calle
que no ha terminado de pagar. Se ha hecho el tonto para no cederle la silla a
Milena, mirando hacia la ventana y sosteniendo su insulsa charla, incluso
sabiendo que la mirada de la embarazada lo estaba buscando.
Mario se ha penetrado en un
submundo. Hace del trayecto un espacio para sentir la cotidianidad y
racionalizarla. Él se imbuye y se compenetra, observa los rostros que viajan
con él. Siente, huele, analiza, reflexiona. Cuántos rostros ignoramos, cuántos
espacios volvemos a ocupar, espacios que ya han estado ocupados por otras presencias.
Al fondo se oye una voz, la
voz de Hernulfo: -Siga que atrás hay
puesto mona, refiriéndose a Milena.
La mujer se traslada dos pasos hacia el fondo del bus tratando de obedecer al chofer.
No es raro que se suba otra
persona. Hernulfo la recoge, y que ha
tenido que frenar de forma ruda. Esta vez no era fácil detectar el nombre de la nueva pasajera, ni
tampoco la cotidianidad de su vida. A
Mario le cuesta leer a la chica, pero de algo si está seguro; es una mujer
interesante, existe un ambiente en ella que se le hace placentero y a la vez
repugnante. La observa y la observa. Ella presiente que la observan, y gira su
cabeza clavando su mirada en Mario. Mario
le quita los ojos de encima y finge no haberla estado mirando.
III
Ella se logra acomodar entre
el resto de los pasajeros apretujados, se sujeta del pedazo de varilla que le
queda cerca a la mano, con el otro brazo sostiene dos libros que de seguro sacó
de la biblioteca, y abre las piernas para sostenerse mejor. Mario ronda en su
cabeza cuál es la razón que le impide
examinar con precisión a aquella chica. No logra dar con el motivo.
Es imposible que Ibáñez no
quite su mirada de la mujer misterio. Entonces, ella no tiene reparo en decirle: - ¿Qué pasa, nos conocemos? Mario se bloquea en su respuesta, y tan
sólo se le ocurre decirle: - No, tal vez
no. –Entonces qué viste en mí para
que me estés mirando tanto, le replica la muchacha. Ella tiene cabello negro, largo, trae
anteojos, un pantalón sencillo y un jersey gris. No están lejos, Mario está
delante de la chica, de tal manera que
les queda fácil mantener su conversación. Él no quiere causar la sensación de
incomodidad en ella y decide presentarse. Ella no pone problema en decir que su
nombre es Débora. Por fin Mario ya sabe el nombre, eso el da alivio.
Hay un tiempo de silencio
entre ellos. Mario sabe que debe preguntarle algo antes de que ella se enfríe.
Le pregunta que si los libros son de ella o que si los ha sacado de la
biblioteca. Débora lo mira por un segundo, como si pensara en responderle o no.
– Si, los he sacado de allí. En el
anterior libro que leí se mencionaba al Nicolás Restif y… lo busqué para
leerlo. La literatura no es lo que
ha cautivado a Mario, el punto estaba en la personalidad de Débora que seguía
siendo misteriosa.
-Y usted estudia, supongo.
-No, leo por mi cuenta pero
no estoy estudiando.
Se gestaba una atmosfera de
confianza entre los dos. Y un tema se encadenaba con otro; que el tráfico, que
el costo de las universidades privadas, que las vivencias familiares. Y aunque
Mario sostenía su mirada fija en la de ella notó cómo uno de los pasajeros
le pasaba su vista de arriba abajo a Débora. La mirada
de aquel sujeto era para dar asco, una mirada de deseo. Mario rápidamente hacía lo que le correspondía
hacer: interpretar y darle nombre a ese viejo barbudo, gordo, con chaqueta de
cuero, de tez morena y ojos saltones.
Rodolfo es un constructor, tiene
sesenta y tres años, y es un viejo verde, piropea a cuanta muchachita vea pasar
por su lado, toma cerveza cada vez que
sale de su trabajo, una construcción de un edificio en un barrio del occidente
de la capital. Mario decide carraspear para hacer que Rodolfo quite la mirada
de Débora. Rodolfo mira a Mario, y le sonríe vulgarmente y luego quita la mirada de la chica del
jersey gris.
No hay que negar que Débora
es voluptuosa, tiene un rostro de porcelana, una nariz fina, unos labios
provocativos y unos pómulos colorados.
Las seis menos veinte
minutos. El tráfico no avanza mucho. Mario debe organizar sus tareas: Primero
leer las copias de seis y media a ocho de la noche. En segundo lugar armar el
discurso para la sustentación que ha pedido Magnolia, de ocho de la noche a
nueve. Y por último hacer los dos diseños, la hora de terminar no se sabe, será
hasta que todo quede bien terminado.
Una vez Mario tiene su
agenda hecha para ésta noche Débora le habla de fondo sobre porqué detesta a las personas de pensar
cuadriculado, a los proxenetas y a los que juzgan y se creen verdugos de la
sociedad. Mario mira a Débora con
sorpresa y con el ceño fruncido le pregunta que a qué viene esa exclamación, a
lo que ella le responde que ha podido evidenciar la poca mente que tiene la
gente muy de cerca. Hay tensión entre la amistad de viaje que se ha creado.
Hernulfo grita diciendo: - ¡El de las vueltas del billete e’ veinte!
Débora está próxima abajarse
de la ruta. De su bolsillo del pantalón saca una tarjeta color rosa. Extiende
su mano y se la da a Mario: Dévora Luxe:
Show privado. Carrera 10 entre calles 22 y 23. Cuando quiera buscarme me
encuentra allí. Débora tocó el botón del timbre, se bajó y cruzó la calle.
Rodolfo bajó tras ella.
¿Una prostituta intelectual?
Mario estaba anonadado. El puesto que
había dejado vació Rodolfo Mario lo ocupó.
miércoles, 8 de febrero de 2012
Dime
Imagen tomada de Google
Dame una razón para amarte
A caso has roto mis esquemas?
A caso rompes mi espalda?
A caso me has prometido la vida entera?
A caso has abierto mi mente?
A caso me has vuelto más idealista?
A caso me sacias la sed de subordinación entre las sábanas?
Por qué debería amarte si has sido egoísta
A acaso me has dado tu vida?
A caso me has dicho puta?
A caso soportas mi mente?
A caso te gusta mi aroma a tabaco?
A caso te disfrutas mi lengua?
A caso juegas con mi aliento?
A caso conoces mis pasos
A caso tienes mi vida?
A caso has roto mis esquemas?
A caso rompes mi espalda?
A caso me has prometido la vida entera?
A caso has abierto mi mente?
A caso me has vuelto más idealista?
A caso me sacias la sed de subordinación entre las sábanas?
Por qué debería amarte si has sido egoísta
A acaso me has dado tu vida?
A caso me has dicho puta?
A caso soportas mi mente?
A caso te gusta mi aroma a tabaco?
A caso te disfrutas mi lengua?
A caso juegas con mi aliento?
A caso conoces mis pasos
A caso tienes mi vida?
jueves, 26 de enero de 2012
Remedos de una poeta
Imagen extraída de Google
Me han diagnosticado mi correcta enfermedad, al parecer es irreversible, de seguro lo es por mis condiciones - algún demonio debía gestarse del seno de un ortodoxo y una fanática religiosa. Me lo ha confirmado, yo lo he descubierto y apoyado. Lo supe mientras sorbíamos tragos de cerveza en un cafetín iluminado, lugar poco convencional si a la hora de un café se trata, cosas se empuje lujurioso ya adoptado. Supongo que mi mirada extraviada en el baldosín lacado del lugar- una de esas miradas taciturnas , donde abrir los ojos anuncia la parálisis del parpadeo- ha sido el gesto que le anunció mi enfermedad:
- mírate! , me dijo, - tomas tragos presurosamente como si no quedara suficiente vida y tuvieras sudoroso afán
-Si? parece?, tal vez sea debido a la falta de encontrar las palabras exactas., le respondí luego de soltar una bocanada de humo.Sabía que mi olor a cigarrillo le excitaba, olor que promovió la lástima en mi, quería curar mis aflicciones.
-Lo que tu tienes es la enfermedad del poeta: cáncer que carcome , te atañe la idea de la incertidumbre más aún el regocijo se posa en tu sueño. Eres tan humana que terminas por cumplir tu movimiento de paradoja y sentir asco por los que te rosan, e incluso por los que son vulnerables, y luego eres tan deshumanizada que te asustas cuando sientes, cuando palpas, cuando besas. Tus palabras son ignoradas, burdas, bastas,, incipientes, y el intento se cruza entre la hoja y bolígrafo.
Después de recibir la bofetada, la bofetada que suele darme cada vez que nota la misma mirada, y que él describiera mi semblante - pálido, lelo y con maquillaje barato- somos dominantes antes nuestro demonio, demonio dividido en 24 con sus 1440 ayudantes, lo frenamos y nos levantamos.
sábado, 14 de enero de 2012
Bosques de mi Mente - Lo mas importante es invisible
Éste es el Vals que bailaba aquella mariposa
Éste vals la acompañó en sus viajes de sonidos
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